domingo, 18 de enero de 2009

Cartas de la impotencia


Cartas de la impotencia

Las Dunas, 26 de Noviembre 1.898





Queridísima Prisca y queridos padres:


A todos os dirijo esta carta desde el campo de concentración de la Dunas, ya que no me dan más que una oportunidad de hacerlo. Son las desventajas de ser un prisionero.


Por mi buen comportamiento, me han concedido poder escribiros cada seis meses.


Mi vida diaria en este desierto, es un infierno entre las dunas que le dan nombre.


Nos levantan a toque de corneta y redoble de tambor a las seis de la mañana. Cosa que se agradece, porque a partir de las once, el calor es asfixiante. Pasan lista por números, ya que no son capaces de aprenderse nuestros apellidos. Entre los soldados hay cantidad de analfabetos, incluso entre los mandos, aunque se preocupan muy mucho de negarlo, porque a estos yanquis no les gusta sentirse inferiores.


Para desayunar Prisca nos dan café. Y para mojar, un trozo de bizcocho de harina de yuca, duro como el pedernal.


Luego nos dejan libres, excepto las cuadrillas de reten encargadas de la limpieza del campo, las tiendas de campaña y las letrinas. Cuarteadas por el polvo, el salitre de la mar y el sol, que son como cascadas de agua cuando llueve, empapando el jergón tirado sobre el suelo de tierra. Una cabronada se mire por donde se mire.



Su única ventaja, es que el barro ahoga y arrastra las tribus de piojos y chinches que nos agobian día y noche produciéndonos urticaria.



Así, vagueando, sin hacer nada, estamos hasta la hora de "fajina": En colas interminables, esperamos, a las doce del día, bajo un sol implacable, y un calor húmedo, que te hace sudar hasta la caña de los huesos, con la escudilla en la mano que se recalienta al sol y abrasa, que te sirvan un solo plato de arroz cocido con harina tostada de maíz y carne de cerdo. Para acompañar un pan de centeno amasado hace tres días.



A partir de ahí, comienza una guerra civil por encontrar un trozo de sombra, donde sentarte y rumiar el rancho. Y otra batalla mas por conseguir tu ración de agua, que trasportan en cubas de madera, expuestas al sol en medio de las dunas, caliente como un caldo de gallina, que te acuchilla los labios cuarteados, y la garganta reseca por la sed.



Las tardes, se hacen interminables, esperando el frescor de la anochecida, porque el sol, que se sumerge, con lentitud agónica, en las profundidades del mar, tras la fina línea del horizonte, se aferra a la vida y la apura, hasta que la noche impone sin contemplaciones su ley de oscuridad absoluta. Solo amor en las noche de luna llena se ven tirabuzones de plata peinándose sobre las olas y me acuerdo de tu melena cuando acaricio las dunas y se me escapa la arena entre los dedos igual que hace tu pelo.



Con el toque de silencio, roto, con machaconeo de martillo pilón, por las voces roncas de los centinelas, que gritan el alerta en ingles, llega el martirio de los recuerdos punzando a garrote vil el cerebro.



En una visión que se repite noche tras noche, paseándose en procesión por delante de mis ojos.



El día que te conocí. El primer beso que te di. Las primeras fiestas que pasamos bailando hasta la madrugada, mirándonos a los ojos.



Son puyazos hondos, que hacen sangre.



Me viene a la memoria, la madrugada que nació mi hermana. Venia atravesada y las parteras sudaban, metiendo las manos hasta las entrañas de mi madre, que eran un puro grito de dolor. Tan mal lo vieron, que en uno de los momentos de descanso, pidieron a mi padre que eligiera, o mi madre, o mi futura hermana. La decisión estaba tomada desde el mismo día que se casaron.



Pasamos horas, abrazados y llorando, sentados en la piedra de molino que extendida hace de mesa en el zaguán.



Al final todo salió bien, pero aquella historia sirvió para unirnos como familia. Mi padre encontró en mi hombro el apoyo de un hombre hecho y derecho. Yo, la humanidad de un padre, bajo la dureza de un cuerpo esculpido en relieve de venas y de huesos. Los dos a una madre, que adquirió la importancia que ya representaba en nuestras vidas, pero que su carácter dócil y su cuerpo débil, la hacían pasar desapercibida. Y a mi hermana, de tanto desear que viviese empujábamos con la mente para darle la vuelta, y una vez en los brazos de mis padres, sucia de placenta, ensangrentando el traje de pana marrón y la camisa con chorreras, la alzamos, como el trofeo, de nuestra victoria particular contra la muerte.



Todas estas vivencias y muchas más, se suceden, con una claridad pasmosa, encadenando situaciones y fechas, en un recorrido febril por mi pasado, con las mismas ansias que un condenado a muerte ante el terrible borrón del para siempre y la angustiosa incógnita de diluirse en la nada.



Hasta que el toque de diana me taladra con su clarinazo metálico los oídos, me paso las noches en blanco, navegando por un mar azul de ilusiones, cuya marea, inexorablemente, me arroja en tus brazos, a pesar de que vivas en tierra adentro, sin mar, en un lugar pegado al ombligo de España.



Cariño, estar en un campo de concentración, es una experiencia torturante, para quien vivió como yo y ama la libertad, al limite de la frontera que marca el viento. Libre dentro del espacio que circunda el horizonte. Suspendido de las estrellas, columpiándome en el trapecio de la Osa Mayor, sin que ningún ser humano tenga la potestad de poder, encadenar tu fantasía, enyesar tus ideas, o encadenar tu espíritu.



Eso pensaba yo, hasta verme marcando el paso en una cuerda de presos flanqueados por una guardia negra, uniformada de azul marino, que te mira con rencor y empujados sin miramientos por una coraza de bayonetas desenvainadas, puntiagudas como un puercoespín de plata, hasta aplastarte contra las empalizadas de pinos puntiagudos, rematados por una gigantesca corona de alambre de espino. Que visto desde las estrellas, debe parecer, la cabeza de un Cristo martirizado.



Sé mi amor, que debo superar todos los momentos de flaqueza que me asedian, si quiero salir bien librado de esta batalla, la más cruel, que mantengo conmigo mismo.



Para lograrlo, me aferro a tu amor, igual que el musgo se agarra a la torre de la iglesia.



Es una lucha diaria, de la que no voy a salir vencido, se pongan como se pongan estos cabrones yanquis porque entonces, Prisca, seria el inicio de la cuesta abajo. Una caída libre, hacia el vacío sin fondo del suicidio.



Desconozco cuando me permitirán escribiros nuevamente.



El nuevo amo ( y eso que terminan de matarse en una guerra civil por abolir la esclavitud) no solo es dueño de nuestras vidas, es también el señor feudal que gobierna a su capricho nuestra actividad diaria. El será, dios me coja confesado, quien juzgue mi buen comportamiento. Tiene bemoles la cosa.



Buen comportamiento, cariño, significa aceptar servilmente sus ordenes. No protestar por la comida que da nauseas. Ni por las malas condiciones higiénicas que se ceban en todos los prisioneros y están matando a los mas débiles. Obedecer ciegamente sus ordenanzas. Sonreír cuando te mira de frente un desgraciado blanco o negro. Aceptar cualquier trabajo por inútil que sea. Y no ofrecer ninguna resistencia mental o física.



Es decir, un esclavo sin voluntad.



Un hombre, vaciado de su tuétano.



Un pelele sin alma.



Lo triste es que los torturadores aparezcan como campeones de la paz, que estos cabrones que pisotean con sus botas cualquier derecho que caiga bajo sus pies, se llamen defensores de la libertad. Lo degradante es que se halaguen como abanderados en la lucha contra el imperialismo, cuando ejercen como los mayores imperialistas que ha parido madre.



No te preocupes, cariño por la censura porque no saben leer español.



Te quiero Prisca, solo el destino que a veces es caprichoso y cruel ha podido separarnos temporalmente, pero con la fuerza de tu corazón, con la fuerza de tu amor que me llega envuelto en el viento del Atlántico lo superaremos.



Un beso muy fuerte para todos