Carta de la
despedida
España un 13 de Marzo de 1899
Mi querida Dominga:
No se como comenzar esta carta, ni tampoco si tendré fuerza y valor para
terminarla.
Puedo jurarte por dios, por si ello te sirve de consuelo, que el tiempo que
pasé a tu lado, te amé puramente.
Estuve enamorado de tí, hasta la cal de mis huesos y a cada amanecida me
planteaba, si quedarme en Cuba, a vivir contigo indefinidamente, renunciando a
mi país, y a mi familia, o regresar a mi casa para olvidarme de esta pesadilla
para siempre.
Las circunstancias, que manejan a su antojo las riendas del destino,
eligieron por mi repatriándome.
Ya sé que pensarás, que esconder mi regreso en esa solución, es de
cobardes. De hombres sin palabra, que no tuvo los arrestos suficientes para
rebelarse, y cumplir la promesa que un día, agotado y hundido, hice, cogido de
tu mano morena, ante la imagen mulata de tu Virgen del Cobre.
Fui débil lo reconozco y me dejé llevar por la marea humana de un ejercito destrozado,
sin moral, indisciplinado, cuya única meta era, volver cuanto antes a España.
Estaba enfermo, muerto de miedo, sintiendo los dedos, descarnados de la
muerte, mesar dulcemente mis cabellos. La contemplaba de noche, a la contraluz
de las velas mortecinas, sentada en el borde de mi camilla, esperando
pacientemente a que llegase su hora.
Desde ese momento, solo la idea del regreso, me taladró el cerebro, con la
fuerza desbocada de un punzón. Era una idea fija que me martilleaba como el
sonido constante de una campana tocando a muerto.
No pude resistirlo, fui cobarde y enterré entre las paredes de madera del barracón-hospital
de La Habana, tus besos sensuales calientes como los rayos de tu sol caribeño,
la ternura de tus palabras, que eran un bálsamo para las heridas sangrantes de
mi mente, y la suavidad de tus caricias, como plumas de pavo real, anilladas en
las yemas de tus dedos. Sepulté, tu cuerpo de ébano, esculpido con la
perfección y paciencia de un artesano, envuelto en el sudario de mi pasión. Y
huí, en el sentido que me empujaba el miedo, sin entender que el miedo es
pasajero.
Llegué a mi pueblo, pequeño y mísero, con la aureola de un héroe.
Cuba está tan lejos de sus conocimientos, que el mero hecho de que un
paisano suyo haya participado en la guerra es un orgullo que ondea como
bandera.
Ilusos, que festejan como victoria, la mas deshonrosa de nuestras derrotas.
Por más que intentase explicárselo, no lo entenderían. Solo quieren
engañarse viendo el lado bueno de la vida, porque ya padecen en sus carnes, las
miserias del día a día.
Fue una fiesta grande.
De mi amigo Josele, que murió, defendiendo lo mejor que sabia, su posición,
en la lomas de San Juan, solo se acordaron sus padres, que todavía siguen
llorando delante de su fotografía. La que se hizo con el uniforme de rayadillo,
nada más llegar a Cuba. Hasta su novia que en tan poco tiempo, ya debe haberle
olvidado pues la encontré besándose con el hijo pequeño del boticario.
Dominga, siento la necesidad de contarte todo esto, porque es la única
forma que tengo, de descargar la culpabilidad que me corroen por dentro. Han
pasado dos meses desde mi regreso. Mi vida ha cambiado por fuera, pero sigo
anclado a tus recuerdos.
Sé que te dolerá enterarte que me casé con mi novia de toda la vida. Hay
situaciones en las que el destino insensible te coloca en una dirección sin
atajos, sin posibilidad, de que tu voluntad, fuerze el giro a derecha o
izquierda, o te de la oportunidad de dar marcha atrás. Es semejante a un río de
lava que arrastra, ladera abajo, sin que tu posición pueda vencer su fuerza
brutal y que al final del camino, te convierte en una estatua de sal, sin vida
y sin alma.
Supongo que el futuro tendré hijos, y me pedirán que les cuente historias
de la guerra de Cuba. Y tendré que repasar una y mil veces mis recuerdos. Y tú
Dominga aparecerás con todo tu esplendor en primera fila, con tu vestido blanco
de encajes que lucia sobre tu piel morena, como la luna llena entre nubarrones
de tormenta. Entonces tu nombre, se quedará sepultado en mi garganta, una
húmeda tumba para guardar el mayor de mis secretos.
Les contaré verdades que estuve a punto de morir en las trincheras
acribillado por las balas, abrasado por la fiebre y en las emboscadas, pero
cobardemente ocultaré, que unos dedos de ébano con uñas de nácar se posaban en
mis sienes, para refrescar mi angustia, y alejar mis miedos.
Soy consciente, de que se irán pedazos de mi vida, cada vez que maltrate mi
corazón con el pasado. Serán canas, que brotaran, de la emoción, congelándose
en los neveros demis sienes, como castigo a mi debilidad de hombre.
Yo quise que mi vida discurriese por otros caminos que no son estos. Pero
la guerra, esa maldita guerra, que no ha servido para nada, me colocó en otro
en otro rumbo, y cuando tuve la oportunidad de anclar mis deseos al presente,
la incertidumbre, cebó al miedo, que desplegó sus velas y me hizo regresar
derrotado y sumiso al corazón de mis raíces.
No sé si sabrás perdonarme; algún día, porque yo jamás sabré sobreponerme a
tanta cobardía, hoy te pido perdón, amada mía por todo el dolor que te he
causado
Tuyo por y para siempre
Constantino