Publicado por Gerardo Rodríguez
Queridísima Prisca:
¡Ya estamos en La Habana para volver a
casa!
Después de semanas de negociaciones, al
fin, la delegación española y la americana, han
llegado a un acuerdo para que seamos
repatriados.
De momento nos tienen en cuarentena,
alojados en unos destartalados barracones del
puerto que sirven para almacenar las hojas
secas de tabaco.
En general, presentamos un aspecto deplorable.
Pálidos flacos hasta verse los huesos.
Un ejercito de desarrapados, que se mueven
lentamente, como gusanos arrastrando sus miserias. No quiero preocuparte pero
mi salud es delicada. Llevo días postrado en una camilla,
afectado de paludismo. Después de ganarle
el pulso a la fiebre amarilla, al cólera, a la tiña y a la tisis, no me
quedaron fuerzas para resistirme a estas fiebres que me abrasan por dentro,
secándome la boca como un corcho, y me hinchan la lengua, hasta asfixiarme.
No puedo comer el rancho, solo beber agua y
la leche que tenemos racionada.
Los médicos, no dan abasto, en este
hospital de campaña improvisado. Las monjitas, se
multiplican, por los pasillos de camillas,
colchonetas en el suelo y literas de madera, con uno y
hasta tres enfermos, acostados en el mismo
colchón de paja, repleto de chinches, que salen al
caer la noche de cacería, para chuparle a
los más débiles el último coagulo de sus heridas.
Es un alivio observar en la penumbra, las
cofias blancas y almidonadas de las hermanas,
revolotear en el aire atentas a cualquier
grito, para atender a los desahuciado, la mayoría
hombres jóvenes, que se resisten a morir,
porque no entienden, que te arranquen de tu familia,
para llegar hasta esta tierra tan lejos de
tu casa, y morir, de una enfermedad para la que no hay
vacuna ni medicamento. Se ha terminado la
quinina, falta el yodo y el alcohol. A los moribundos, los engañan, dándoles
agua teñida con tabaco, diciéndoles que es curare para su alivio.
Huele a carne podrida y a zotal.Fué una
inmensa alegría, recibir la noticia, de que íbamos a ser embarcados en Santiago
de Cuba, hacia La Habana, en un barco de la Cruz Roja. Pese a la fiebre, salte
de alegría. Lo que tanto había deseado, mi regreso, comenzaba, gracias a Dios,
a materializarse.La posibilidad de volver a verte, de estrecharte entre mis
brazos y besarte, fue el mejor remedio, contra este sudor frío, que me baja
desde la nuca, acuchillándome la espalda.
Por eso la travesía, se me hizo
interminable. Tres días hacinados en la bodega, sin luz, ni
aire. Pisando los esputos de los tísicos,
que buscaban con la desesperación de un naufrago un ojo
de buey, para llenar con la brisa fresca de
la mar, sus pulmones enfermos y soportando el olor
rancio a orín que se almacena a proa, bajo
las cuardernas, por la falta de letrinas.
Todo lo doy mi amor por bueno, con tal de
acortar la distancia que nos separan. En La
Habana, el recibimiento que nos han hecho,
no tiene nada que ver con el que nos prepararon el
día de nuestra llegada. Jodida
hipocresia.Ese día, acuérdate, nos esperaba el Capitán General, su esposa con
pamela blanca, estado ayer en pleno, el Alcalde, los políticos y los
empresarios. En las calles un público enfebrecido, blandía banderitas rojas y
gualdas y gritaban frenéticamente vivas a España, al compas de marchas
militares de las bandas de música.
Esta vez los muy cabrones nos han tratado
como apestados. Un cordón de marinería, que se
tapaban la nariz y la boca con una tela de
hierbas, se alargaba desde la escala del barco hasta la
misma puerta de los barracones,
imposibilitando que el poco público se acercase o que algún
soldado pudiera escaparse. Ni Capitán
General, ni señora, ni políticos. Ni banda de música. Ni
coraceros a caballo. Ni su puta madre.
Únicamente un ejercito de sanitarios, con
batas blancas, camilleros, practicantes y médicos,
que tratan de organizar, como pueden, el
caos de un ejercito derrotado que acepta las ordenes
como verdaderos borregos y da asco ver el pánico
reflejado en sus miradas, tristes y apagadas
provocado por la tortura acumulada en los
dos meses de maldito cautiverio.
Yo amor, sigo aferrándome a la vida con la
misma fuerza irracional con la que sujetaba el
fusil en la trinchera, mientras me repetía
hasta convencerme:
"Tengo que sobrevivir, por encima de
toda esta mierda y volver vivo a mi casa y que en las guerras se maten los que
las encienden. No es justo si dios existe que me muera ahora".
Hasta hoy Prisca, lo he conseguido, aunque
me encuentre tirado en esta sucia camilla, por
las calenturas que me abrasan las entrañas,
como una fragua cuando se aviva con el fuelle.
Sería mala suerte que habiendo superado las
trampas de la muerte, emboscadas en la
manigua, apostadas tras las ametralladoras
en las colinas de El Caney, escondiéndose traidoras en
las pistolas rebeldes, en las noches sin
luz, de los arrabales de Santiago, el paludismo fuese capaz
de joderme la vida. Debemos ser optimistas,
querida Prisca, y pensar que en unos meses, volveremos a disfrutar el uno del otro.
Entonces te dedicaré, todo el tiempo del mundo, en un avaro intento, de
recuperar cada décima de segundo inútilmente perdido en esta Isla, en la que
pienso dejar hasta los piojos que me devoran sin piedad. Ahora que poco a poco
la distancia parece que se acorta, la necesidad de disfrutar de tu presencia y
acariciar tu cuerpo, se me hace angustiosamente necesaria. Es una fuerza
extraña que me hace depender del oxigeno de tus besos, de las suaves caricias
de tus dedos despejándome la frente.
Necesito el sabor de tus labios plantando
besos en mi boca, y poder fundirme en tu mirada
para explorar tus deseos mas ocultos. Amor mío,
que el tiempo pase pronto para poder abrazaros a todos.
Tuyo.
Constantino.
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