Carta del
miedo
Santiago de Cuba - 15 de Junio de 1898
Queridos Padres :
Espero que al recibo de ésta, se encuentren
Vds. dos bien de salud.
No he querido enviarle esta carta a Prisca,
porque mis sentimientos podrían más que mi voluntad, y acabaría rompiéndola.
Padre, lo que presagiábamos es ya una
realidad nos han trasladado prácticamente sin avisarnos, al fuerte de El Caney,
en primera línea de fuego. Eso quiere decir, que podemos entrar en combate en
cualquier momento. Y teniendo en cuenta la debilidad de nuestra defensas y el
armamento que gastan los americanos, esta puede ser mi última carta.
Lo siento pero no tengo valor para
contárselo a Prisca
No quiero ser pesimista; pero la situación
está al limite.
Delante del fuerte, como protección, solo
tenemos dos líneas de alambre de espino y tres trincheras, que rodean la loma,
escalonadas y comunicadas, con el objetivo de tener cubiertas las espaldas, si
nos vemos obligados a retroceder, hasta el fuerte por la presión del fuego
enemigo, que ya intuimos puede ser infernal.
Padre, me siento orgulloso de ser español y
de morir por defender mi Patria. Es un honor estar aquí en este fuerte de
piedra, con techo de madera, reforzado con sacos terreros, acompañado de la
infantería de Marina, y los voluntarios de Valmaseda, que en total no llegamos
a 550 hombres, al mando del General Vara del Rey. Nuestra consigna es resistir
hasta la ultima gota de sangre y morir con honor, como solo saben morir los
españoles.
Estas cosas padre, no se las cuente a
Prisca, no quiero preocuparla, que bastante dolor tiene contando las horas y
los días que dura mi ausencia.
Intuyo por las cartas que recibo que llora
en silencio. Debe ser muy duro para una mujer joven y guapa, mantener firme su
promesa de amor a un soldado perdido en algún lugar de Cuba sumergido en una
guerra expuesto a morir de un tiro, o un bombazo, o contagiado del cólera, o
del vomito negro, mientras en el pueblo la asedian mis paisanos, ofreciéndole
un futuro más prospero y seguro.
Hasta hoy he tenido la suerte de cara,
porque la zona que debemos defender es la parte trasera del fuerte, fortificada
con troneras; pero son tan grandes que cuando te asomas para disparar, tu
cabeza es un blanco perfecto.
Los "mambises" se lo saben, y al
atardecer apostan a francotiradores, cuando tu silueta se encuadra al
contraluz, te cazan como a conejos.
Por desgracia ya he visto caer a mi lado a
dos marinos, andaluces, con el cráneo destrozado.
Te quedas de piedra y entonces, te sube
desde la entrepierna a la nuez, un frio de cuchillo, que te va abriendo el
cuerpo en canal con la lentitud de una navaja barbera. Se te ablandan los
brazos, se te aflojan las piernas y te entran unas enormes ganas de correr, de
huir, hacia el campo abierto. Te meas de miedo en los pantalones, y el vientre,
se deshace en cagaleras.
Ver la muerte tan cerca, padre, es una
experiencia brutal, que te acojona, al pensar que tú, puedes ser el próximo.
Tenemos noticias de que los
"yanquis", han desembarcado en Daiquiri, así que los tendremos aquí,
echando leches.
Por otro lado las escaramuzas que a diario
mantenemos con las partidas rebeldes de Calixto García, nos están desgastando.
Nos están obligando a un consumo estéril de municiones que de seguro vamos a
necesitar, cuando ataquen los americanos.
Según he oído, aunque nadie se atreve a
decirlo en voz alta, poseemos munición en el mejor de los casos, para dos días.
No tenemos artillería y las ametralladoras están
inservibles. En cambio , la columna "yanqui", cuenta con cañones de
campaña y ametralladoras colt, que concentran una potencia de fuego
devastadora.
Si me matan padre, se enterarán por la
pareja de la guardia civil, que les llevará el escrito del Capitán General,
dándoles las gracias en nombre de la Reina Regente, el Ejército y la Patria,
por el sacrificio de mi muerte. En ese momento, padre, dígale a Prisca, que la
he querido apasionadamente, que no la olvidé, que solo esta puta guerra nos ha
obligado a separarnos que de otra forma hubiésemos vivido siempre juntos,
rodeados de hijos y de Vds.
Cuéntele que intenté aferrarme a la vida
con todas mis fuerzas, pero pudo más la muerte. Que su imagen, estuvo siempre
presente, y la llevo en el corazón. Dígale padre que la quise mas que a Dios,
aunque sea irreverente, y la espero feliz al final de la muerte porque creo en
la vida después de la vida para darle el beso que hoy me niegan.
Quedo en manos de la voluntad de Dios.

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