LA CÓMICA
Cuando la vi por primera vez cruzar la calle con el semaforo en ambar, iba distraida, supongo que sumergida en un mundo de fantasias.
Sus pies embutidos en unas zapatillas de bailarina sin tacones, hacian equilibrismo sobre el afilado borde de los baches que descarnaban el asfalto.
Se la veía alegre, ágil y resuelta. Nos cruzamos las miradas mirándonos fijamente a los ojos. Una mirada efimera como el centelleo plateado de una estrella fugaz. Ella rebelde, ni se molesto en descubrir mis sentimientos. A mi en cambio aquella mirada brillante y saltarina me marco. Baje rapidamente de la acera buscando el rebufo de su estela, pero fue una ilusión frustrada, desapareció velozmente perdiendose entre los pliegues negros de la noche. Tal vez, pense, en busca del calor de una caricia, en una cita concertada de antemano. Jamás lo averigüé.
Noté que con el paso de los días, el recuerdo de su frágil cuerpo de mujer se iba diluyendo como un azucarillo en el café.
Se debe tratar de un ejercicio auto defensivo de la memoria hastiada de archivar sorpresas inservibles.
De su figura apenas conservaba el recuerdo de unos pies electricos y una cabeza despeinada de pelo corto preso en una diadema de bisutería barata. En cambio, el recuerdo del brillo melancólico y ausente de su mirada lo mantenía fresco e inalterable como una herida sin cicatrizar.
La segunda vez que la vi, las farolas acababan de cerrar su gran ojo con bombillas de bajo consumo. Note que el frío traía en sus pulmones diminutos cristales de hielo puntiagudos que atravesaron la tela de mi abrigo hasta clavarse con crueldad premeditada en mi carne. Ella, debio percibirlo nada más pisar la estrecha callejuela que da a la parte trasera del teatro. Sorprendida, dio un paso hacia atrás al percatarse como los gelidos aguijonazos traspasaban sin miramiento el forro de su chaqueton de paño azul descolorido. Lo intente con tenacidad, pero no pude retener la mirada perdida de sus ojos. Tal vez sintiendose asaltada en su intimidad, opto por bajar los parpados, y su vista se desperdicio resbalando por las losetas grises de la acera.
Sin pretenderlo, se presentaron en mi memoria aquellos ojos de color verde esmeralda que mutaban con la luz, al verde color de un mar en oleaje y que con la avaricia de un viejo avaro, grave la primera vez que la vi, en el archivo ocular de mi retina.
-Por su comportamiento, creo intuir que no es mujer que busque insistentemente compañía y menos, supongo, la de un viejo lobo estepario como yo, que vive en completa soledad, su mundo hostil de indiferencia. Intuyo que seriamos dos náufragos desorientados en medio de la calle. No tiene ningún sentido y creo que ella inteligentemente lo ha llegado a pèrcibir atraves de la distancia, de ahí que rehúya deliberadamente mí mirada y que sus ojos esquivos, desistan de explorar los míos tratando de encontrar la realidad de mis sentimientos.
O tal vez, porque no, este enamorada y sea mujer de un solo hombre. O tal vez ni siquiera sea mujer. Vaya usted a saber, se ven hoy tantas cosas raras.-
Y nuevamente como la vez anterior, su sombra se pierde con celeridad entre la bruma madrugadora de la amanecida, perseguida como siempre por su estela femenina y quebradiza.
Cuando de improviso, la veo regresar sobre sus pasos , levitando sobre sus zapatillas rosas de siempre. Curiosamente pasa a mi lado rozandonos abrigo con abrigo y me ignora olimpicamente. Como si yo no existiese. Como si yo fuese un espectro invisible. Como si me hubiese transformado en un ornamento más del mobiliario urbano.
Observo atentamente como abre la puerta de emergencia trasera del teatro y entra. Ahora soy yo quien ejerce de miron escondido en la oscuridad del portal de enfrente.
¿Qué más da quien sea? Me pregunto. Dudo en abandonar, pero el maldito morbo me pone grilletes en los tobillos.
No tarda mucho y la observo como sale del teatro cargando una vieja maleta rectangular de cartón-piedra. Sospecho de sus prisas porque pese a lo abultado del equipaje acelera el paso por la acera. Me conmueve su ingravida fragilidad, su gesto de resignación ante la evidencia, cuando realiza un esfuerzo sobrehumano para arrastrar la maleta. Un esfuerzo para el que no esta físicamente preparada.
Me llega a doler el alma de ser un sujeto pasivo frente a la delicadeza de una sombra de cristal.
Hoy he decidido esperar porque la mañana es larga, no tengo otra cosa que hacer en mi ancho vagar y si no el día se me espesa hasta que cae la tarde inundandome de un aburrimiento denso. Aunque sea tarea estéril intento rebelarme contra una injusticia que ni puedo controlar, ni controlo, porque no llego a comprender como el mundo puede seguir girando libremente sin prestar atención a tanto desamparo.
Debe ser ese mundo hostil que no percibimos, pero que amanece a diario en connivencia con el sol para devorar a los necesitados de amor y comprension.
Me gustaría saber como se llama. Conocer su nombre para poder llamarla la próxima vez que coincidamos. Un nombre que rompa su mutismo, que aparque su timidez de mujer indefensa.
Solo pido un nombre o un diminutivo que logre identificarla dentro del interminable ejército de anónimos sin fronteras.
Ha pasado tanto tiempo que he perdido la esperanza de volver a verla. Han sido días encadenados a los días haciendo guardias interminables de sol a sol y ayunando como un ermitaño para no perder de vista la puerta trasera del teatro. Desconozco si su papel es el de actriz, o se trata de una simple cómica. O ni una cosa ni la otra. Tal vez, recapacito, si se trata de una cómica se haya ido de gira con la compañía para aprovechar el verano por esos pueblos de dios secos y yermos, con un polvo compactado que se mastica y donde los perros, flacos como anguilas se pelean por encontrar una sombra.
Pueblos, donde el teatrillo del ayuntamiento lo abarrotan una mayoria de catetos y palurdos, a partes iguales, que aplauden y gritan sin haberse enterado de que va el argumento.
De ser así, intuyo que estará disfrutando metida en la piel de algun personaje, esa figura que se transforma en una parte imprescindible de su vida errante de comediante.
Recuerdo que la tercera vez que la vi, fue un encontronazo inesperado en el mismo mostrador de un puesto de verduras en el mercadillo de los viernes. La encontré cambiada, mucho más delgada, con la blusa de flores rojas ciñéndole los pechos y espigando sus pezones redondos como perlas. En la morenez de su cara se reflejaba su estancia alejada de la ciudad, seguramente por algunos pueblos de Andalucía donde el viento quema y el sol cuartea, cruel e insensible, a los rostros de porcelana. Observé como miraba con atención las cajas repletas de verduras y las torres de naranjas que de vez en cuando acariciaba. Era una caricia de terciopelo alentada por las yemas de sus dedos, mensajeros inconcientes de sus deseos latentes de mujer desamparada.
-Eso tiene que ser… pensé, se unen en su desaliento todos los gestos de un desengaño amoroso tan cruel que le ha cosido el alma a puñaladas. Un desengaño imprevisto que le ha debido causar tanto dolor, que le ha clavado el dolor, en lo más profundo de su mirada.-
Estuve tentado de acercarme para regalarle una bolsa de naranjas, pero desistí atornillándome al suelo, cuando observe como revolvía entre las cajas vacías tiradas en las traseras de los puestos, buscando entre los residuos desechados las naranjas invendibles. Fué entonces, en ese preciso momento, cuando nuevamente se cruzaron nuestras miradas en el aire.
Esta vez la suya no tuvo el brillo centelleante de una estrella. Lo que capté, fue una mirada preñada de vergüenza que huyó abochornada al verse descubierta mercadillo arriba, mientras aprovechaba su carrera para tirar las naranjas podridas en un cubo de basura.
De pronto, tuve la sensacion gelida de la soledad de un naufrago perdido en medio de aquella Babilonia de gente que no conocía, en medio de una muchedumbre indiferente e insensible que me golpeaba el cuerpo con sus bolsas de plástico repletas de comida y me apartaba de su camino con la misma impasibilidad con la que pisaba una cáscara de plátano.
Estaba desorientado y me dolía el alma como jamás me había dolido. Me dolía su hambre, su soledad, anónima compañera descarriada de la mía.
Me torturaba mi falta de reflejos cuando tenia la miel al
alcance de los labios. Me angustiaba su mirada de vértigo buscando comprensión a su papel interino de vagabunda.
Aquella larga noche de insomnio no pude conciliar el sueño, porque su dolor me dolía hasta la cal de los huesos.
Pude soñar, pero hasta el sueño rebelde, se hizo enemigo de mis sueños y me traiciono apartando la necesidad de rebobinar sus recuerdos.
Empecé a reconocer que el misterio de aquella mujer que entraba y salía de mi vida sin cita previa comenzaba a obsesionarme alterando mis pulsaciones y mis costumbres.
Era una situación que empezaba a desconcertarme porque su fuerza obsesiva secuestraba mí voluntad. Queria y no podia evadirme de su abrazo de oso que en mis sueños es una cruel pesadilla.
Del verano me despedí cuando llego el otoño. Se había ido a hurtadillas para no distraerme de mis problemas. Del otoño me entere cuando la ciudad se transformó en monotonía.
Una monotonía repetitiva salpicada a ratos por el color uniforme de las hojas oxidadas abandonadas a su suerte sobre las aceras. En el monótono aburrimiento de las colas del paro y en los bostezos madrugadores de los trabajadores en las parada del autobús. Todo volvía a la misma rutina que siempre vuelve con la entrada del otoño.
Nuevamente el levante entrando fuerte por los Baños del Carmen y azotando firme la Malagueta. Y el piar infernal de los estorninos buscando anidar en los árboles de la Pimienta plantados en la Alameda. Cada cosa escoje su mismo sitio, permaneciendo inalterable en el espacio, guardando disciplinadamente el mismo orden desde el principio de la Creación.
Mejor, para un autista crónico como yo, al que los cambios por imperceptibles que sean desorientan y sacan de sus casillas.
Algo gano, si quiero encontrar la sombra de la mujer que busco,
habitando el epicentro de la gran urbe, mientras ciento de ciudadanos con nombre y apellidos giran a su alrededor fieles ignorantes de su existencia.
Es el pan que cada día mastican y digieren los pobres de espíritu.
Empiezo a dudar hasta de mi mismo. Dudo de que pueda encontrarla en este laberinto humano. Dudo ya de san Judas, el conseguidor de cosas imposibles, a quien me encomendé desesperado tragándome el sapo de mi agnosticismo.
La ciudad es tan grande, tan inhóspita en sus dimensiones, que solo un golpe de suerte de la casualidad, a veces cruel y a veces caprichosa, nos puede poner nuevamente frente a frente.
Estoy convencido de que una mujer como ella no puede pasar desapercibida. A la fuerza la deben de conocer en el mercado, o tal vez en las salas de espera de los ambulatorios, o tal vez la conozcan los bedeles de los museos, acaso sepan de ella en los comercios de la calle Nueva.
Es la fragilidad de su menudo cuerpo, su imagen de niña perdida, su mirada clara y ausente, las que te marcan para siempre al observarla y retienen su extraña personalidad en las redes del cerebro.
Tengo verdadera necesidad de encontrarla porque el “mono” me aprieta con fuerza la boca del estomago y llega a descentrarme.
-La conocerán en el teatro, seguro que allí la conocen… Recuerde…Pelo moreno muy corto…lo suele sujetar con una diadema de plástico rojo… si eso… zapatillas de bailarina y la cara lavada… ¿no la conoce?...en invierno siempre viste un abrigo de paño azul descolorido por el uso…haga un esfuerzo por favor…es frágil de cuerpo, recapacite… cuando anda, parece que baila… ¿nunca trabajo aquí?- Está seguro… Es imposible, yo mismo la he visto salir por la puerta trasera que da al callejon.... Lo siento pero desconozco su nombre....-
Todo es inútil y pinta en negro como comienza a ser mi futuro entregado a la inútil tarea de perseguir un fantasma.
La ultima vez que la vi., lo recuerdo bien ahora, fue porque la casualidad o el destino peregrino, vaya usted a saber, me puso aquel periódico local bastante usado en mis manos.
Con dos meses de retraso segun la fecha desde el dia que algún lector lo compró en alguno de los quioscos de Martiricos, y una vez leído lo depositó inservible entre los barrotes de la verja del puerto.
Desconozco sinceramente el porque. Pero una curiosidad morbosa me arrastró primero a retirar el periodico de los barrotes de la verja de hierro y despues a abrir la última pagina. Y allí, en una esquina de la descolorida columna de sucesos aparecía una mala foto amarillenta de su cara.
No estaba favorecida con su pelo corto revuelto y despeinado que reclamaba su diadema. Ni con sus ojos inmensamente abiertos y asustados.
Mientras un gran nerviosisimo se apoderaba de mi, trate de descifrar aquellas palabras descoloridas por el sol.
Dos líneas mas abajo encontre, una escueta petición, que solicitaba ayuda para identificarla.
Comence a andar como un sonambulo perdido en un tunel sin salida, caminando lentamente hacia el Anatomico Forense.
Nuevamente el dolor apuñalándome el alma y arrastrando al corazón en una carrera sin freno hacia el abismo del infarto.
Parecía dormida bajo la luz clandestina de la morgue. Los parpados semi cerrados, como cuando sentía vergüenza de verse sorprendida por mis ojos. Estaba preciosa dentro de la rigidez pálida de la muerte.
- ¿La conoce? ¿Es usted algun familiar? Le puedo confirmar que lleva aquí dos meses sin identificar. Segun reza el atestado de la policia municipal, la atropellaron de noche en un paso de cebras a la salida del teatro. Mala suerte para la chica. Nada se sabe del conductor que se dio a la fuga y no han sido capaces de encontrarlo. Esta chica no llevaba ninguna documentación encima, ni tampoco algún objeto que pudiera identificarla. Intuimos que se trata de una cómica, o de alguien relacionada con el mundo del teatro, porque tanto en sus zapatillas de bailarina color rosa, como en la camiseta blanca, que vestía debajo del abrigo la noche del accidente, llevaba bordado en rojo la inscripcion: “Soy una Cómica Feliz”.
Soledad, se llamaba Soledad señor. La conozco desde hace tiempo y su rostro me es inconfundible.
Ya tienes nombre Soledad.
Baje tambaleandome los escalones del Anatómico, apoyándome como pude en la barandilla de acero hasta llegar a la acera, con la desorientación de un sonado.
La fina lluvia que caia me calo hasta el alma.
Casi tropiezo con ella al pisar la calle, rozamos abrigo con abrigo, levante la cabeza y la mire de frente y en sus ojos, observé el color de sus pupilas verde esmeralda, que atraves de la tenue luz de la farola rompian en un verde mar en oleaje.
-Va a hacer frío, me dijo.
-Va a hacer frío, dije yo.


