LA GENERALA
“Que se sepa que soy la querida del general a mucha honra”
Cuando la negra Casilda se asomo al balcon que da a la avenida, dentro de la habitación hacia un calor irrespirable a pesar de tener las persianas echadas y el ventilador mareando un aire caliente como un caldo.
En la calle el termómetro llegaba hasta los cuarenta grados arrugando las palmeras y derritiendo el asfalto. Algo normal, por otra parte, estando en pleno mes de Febrero a las cinco en punto de la tarde.
A esta hora Doña Cinta sesteaba balanceandose en la mecedora resoplando como una foca, intentando sujetar con los brazos una barriga redonda y prieta, mientras por los coloretes de las mejillas resbalaban panzudos goterones de sudor.
Era su sino, esperar, toda una larga vida esperando con la esperanza viva de dejar algún día de esperar.
- Tengo oído que se están poniendo las cosas jodidas para el general.-
Eso le había dicho por la mañana la “negra” Casilda a doña Cinta, mientras la ayudaba a levantarse de la cama para darle su baño diario de leche de coco.
-No escatimes con la leche y llena bien el baño que ya sabes que al general le encanta que mi cuerpo tenga sabor a coco.
Una espesa calma se asienta a lo largo de la avenida del Chaco, que corta en dos la capital, para desenbocar como un rio en la playa del Arenal. Totalmente desierta a esa hora sin un alma que se atreva a cruzarla desafiando un sol que abrasa las piedras.
En cambio la playa es un homiguero de gente que se mueve como el oleaje. Es la formula barata que utiliza el pueblo para refrescarse y olvidarse del paro y los agobios de la crisis que les esta comiendo a dentelladas hasta las suelas de los zapatos.
Al menos dentro del hormiguero, a la orilla del mar, se respira aire fresco sin tener que recurrir dentro de las habitaciones al jodido ventilador que es capaz de tragarse a final de mes el sueldo del subsidio del paro con la habilidad de un canibal hambriento.
-Esto no puede seguir así ama Cinta. Te digo yo que esta situación cualquier día revienta-. -Me cago en la leche Casilda, no seas cuervo de mal agüero, precisamente hoy que es el día de mi celebracion. Anda,anda, ve y prepárame otra vez el baño-.
A regañadientes y mascullando mil carajos, tomo Casilda el estrecho pasillo que desembocaba en el cuarto de baño. Su cuerpo ancho y redondo rozaba las paredes empaleladas con grandes flores rosas y lilas que trepaban desde el suelo hasta el techo. A cada paso, el bamboleo de sus nalgas estaban a punto de encajar su desmesurado culo entre los muros.
-Que dios nos coja confesadas, porque ama Cinta sigue enchochada con el general y no hay forma de hacerle comprender que la situación esta pero que muy jodida. Para ella no existe otra cosa que el general, segundo el general y tercero, eso..., que dios nos coja con los deberes hecho. Llenó el baño hasta el borde con la leche de coco que semanalmente les proporcionaba el Coronel Sarmiento jefe del cuartel general de intendencia, en grandes garrafas de cristal azul, por orden expresa del general.
-Un lujoso regalo para doña Cinta, porque la leche de coco importada desde Brasil se vendia por un ojo de la cara en el mercado de Chacaritas. Mercado por cierto, exclusivo para uso de las familias pudientes del régimen.
-Que desparrame virgen de la Caridad. Con la cantidad de niños necesitados que se podían alimentar con tanta de leche, y en esta casa la tiramos por la cañería una vez que el ama se ha bañado. Virgen del Cobre, tu que lo ves todo perdoname. Es que tiene cojones la cosa.
Para que el general le lama las nalgas y se duerma chupandole los pezones hay que desperdiciar cientos de litros de leche. Si el pueblo llegara a enterarse de este despilfarro, que poquito le iba a durar la cabeza en su sitio al general.
Cubrió la bañera con una sábana para que no se evaporase el perfume de coco y se encamino hacia el dormitorio para buscar a doña Cinta.
Por el pasillo reflexiono.- Pero tu Casilda, ver, oir y callar, que por eso te ha ido bien en la vida.
Lo había oído en la radio a las seis en punto de la mañana. Costumbre arraigada desde antiguo por los madrugones a que la sometía el general después de pasar la noche entera en su cama.
Entre afeitarse, vestirse y pasar primero por su casa, al general se le iba un tiempo que restaba al sueño con tal de estar puntualmente en su despacho. El que hablaba esa mañana por Radio Patria era el comandante Calleja jefe del servicio de Prensa y Propaganda del gobierno, al que doña Cinta conocía con los ojos cerrados, nada más escuchar su vozarrón castrense.
-Le he dicho al general, le comentó una tarde a su única amiga Virtudes, que este tío no transmite. Se piensa que todo el país, somos su batallon formado en línea en la explana de su cuartel. Un militar esta para lo que esta y no sirve para locutor de radio. Pues si quieres frijoles Catalina, no me ha hecho ni puñetero caso. Solo le interesa joder y dormir, y aunque asiente repetidas veces con la cabeza cuando escucha mis consejos, en cuanto coje la puerta, se pasa mis consejos por el forro de los pantalones-.
-Es que el general es mucho general y siempre los ha tenido cuadrados, le respondió Virtudes-.
Vivir para creer, porque la noticia que había escuchado a hora tan temprana se multiplicaba dentro de sus tímpanos con la cadencia de un eco. Jamás pensó escuchar algo semejante y menos en el boletín de noticias. Cincuenta años esperándolo sin ninguna esperanza. No se lo creía, por eso dudo al principio, pero después más calmada se contestó:
-Pero que coño, si la noticia la ha dado Calleja es cierta. Ese capullo no se atreve a mover un labio sin la autorización directa del general. Y mucho menos para soltar este bombazo de madrugada-.
El análisis de la situación la produjo tanto placer que se hizo pis en las bragas.
-Madre de dios, como a podido ser. Casilda grito a pleno pulmón, corre, ven, que me he meado viva.-
A su aire, sin prisas, apareció Casilda llevando unas bragas enormes de puntillas negras en la mano.
¿Pero ama como te has ido? En lo que yo recuerde jamás has tenido las piernas flojas, excepto para lo que yo me sé.-
El comandante Calleja, tal como sonó su discurso, debió ensayarlo varias veces antes de acercarse el micrófono a la boca, era consciente que la más insignificante equivocación en la transmisión de la noticia le costaría el puesto y los galones. El general en cuanto a mano dura no se andaba con chiquitas.
A medida que las palabras del comandante Calleja fueron disipándole las telarañas del sueño, el rostro de doña Cinta se fue dulcificando:
Aqui Radio Patria con su boletín informativo de las seis de la mañana.Buenos días y buena suerte, a este país feliz que nos escucha.
-Este comandante debe venir del parque de automovilismo porque va siempre a piñón fijo, musito doña Cinta.-
-Doy lectura a la nota distribuida por la secretaría particular del excelentísimo general en jefe del estado:
-“En el dia de hoy nuestro amado general y padre honroso de la patria ha iniciado los tramites para el divorcio de su augusta esposa la primera dama. Seguiremos informandoles en fechas posteriores de como se van desarrollando estos acontecimientos que para nada alteraran la vida cotidiana y el trabajo por y para el pueblo de nuestro amado general.
Cincuenta años esperando lo que se dice pronto, para oir una noticia tan deseada, pero que doña Cinta ya no esperaba escuchar.
Desde ese mismo momento se le desataron los nervios.
Corrió para mirarse al espejo y cerciorarse que no le había nacido una arruga de más.
En su ir y venir del dormitorio al salón y del salón al cuarto de estar tropezó hasta tres veces, arrasando con sus anchas caderas el marco con la foto del general vestido de gala y luciendo la máxima condecoración nacional de Padre de la Patria. Al golpearse el marco de plata con el suelo, se rompió el cristal en mil pedazos, arañando la cariñosa dedicatoria del general: A mi muy amada Cinta, fiel y generosa, descanso del guerrero y freno de mis inpulsos.
-Me cago en la puta que pario al dengue. Esto es premonitorio de mal fario ama, así que átate los machos porque nos van a meter una cornada hasta la cepa-.
Avisó Casilda con gesto desencajado mientras recogía con el escobón los trozos de cristales roto.
-Eres una jodida negra aguafiestas. Ya está bien. En vez de alegrarte por la noticia y bailarme el agua, te dedicas a fastidiarme con tu maldita supersticion. Un día te voy a retorcer el cuello de gallina vieja que tienes para hacerme un vudú a tu costa.-
Eran encuentros volcánicos entre ellas, pero pasajeros como una tormenta tropical.
Tenía toda la mañana entera para prepararse pero de pronto le entraron las prisas. Como todos los viernes, el general la visitaría, después del consejo de minitros, sobre las cinco de la tarde. Eran demasiados años siguiendo el mismo ritual, el dormitorio en penumbra con el ventilador a dos velocidades suavizando el aire, la botella de champan francés dentro de la cubitera helada sobre la mesilla, el descalzabotas a los pies del sillón de cuero negro, la percha para colgar el uniforme, dos varitas de pachuli consumiéndose a fuego lento y la luz roja sobre el tocador. Eran las reglas estrictas desde siempre impuestas por el general y que doña Cinta jamás se atrevió a modificar.
Tampoco tenía ningún interés en hacerlo porque en su fuero interno toda aquella parafernalia le gustaba. como le agradaba esperarle observando a hurtadillas detrás de la persiana de madera la llegada del coche oficial flanqueado por seis motoristas.
Desde el primer día que aquel tenientucho subió sus escalones de dos en dos le espero siempre de pie en el salón, así nada más atravesar la puerta le daba la oportunidad de abrazarla.
Pero este viernes era algo especial, su sexto sentido venía avisándole desde las seis de la mañana de que un hecho muy importante podía ocurrir, algo que cambiaría el rumbo de su vida. Y su sexto sentido no le había fallado nunca.
-Te acuerdas, le comentó a Casilda mientras la vestía, el día que se presentó la esposa del general. Yo lo venía barruntando desde hacía meses y no me equivoque. Por eso estaba en guardia cuando me acusó de puta ladrona de maridos con muy malos modos y yo muy tranquila le contesté, te acuerdas Casilda, señora en este país el militar que no tiene esposa y querida nopuede llegar a ser general. Y salió de aquí huyendo con el rabo entre las piernas-.
Estaba cansada de tanto trajín y los sopores de la digestión la sentaron en la mecedora.
Su hora de la siesta era sagrada, la casa se llenaba de silencio y se vestía de penumbra,
una calma espesa que se podía cortar con la hoja de un cuchillo gaucho. Antes de quedarse traspuesta alertó a Casilda.
-Despiértame a las cuatro para perfumarme, hoy quiero estar esplendida, ya sabes queal general no le gusta el olor a zorruno, que bastante tiene en los cuarteles. Ademas estoy segura que me va a dar una agradable sorpresa-.
-No te preocupes ama, descansa, y no me hagas caso, ya se sabe cuando más vieja más pelleja, esta noche lo vamos a celebrar por todo lo alto, como cuando dio el golpe de estado hace cuarenta años-.
Como cada viernes el Cadillac negro flanqueado por seis motoristas tomó la larga avenida del Chaco que aparecía vacia desde su inicio, recordando los antiguos toques de queda. Todo pura rutina para Juan el chofer y los escoltas que se sabían el camino desde el Palacio del consejo hasta la avenida del Chaco número sesenta con los ojos cerrados.
Por eso fue grande la sorpresa de Juan cuando se encontró de pronto el camión que acababa de salir de una bocacalle atravesado en la avenida, pisó el freno a fondo hasta casi sacar el pie por el parachoques delantero.
Bajó la ventanilla con celeridad a la vez que gritaba:
-Hijo de puta te voy a meter…
No siguió porque se quedo mudo y petrificado al observar sorprendido el agujero negro y redondo del cañón de una ametralladora asomando amenazadora por encima de la cabina del camión. En cuestión de segundos la tranquila avenida se convirtió en un torbellino de plomo y fuego, los motoristas de escolta fueron los primeros en caer acribillados por una balacera que dejo sus cuerpos como un colador tendidos como muñecos rotos en medio de la calle. Juan en un intento de huida con enormes reflejos, busco escapar por la avenida dando marcha atrás rapidamente pero se la encontró bloqueada de repente por una ambulancia que vomitaba fuego con la furia de un carro de combate. Aún le dio tiempo a Juan a volverse hacia atras y contemplar al general encender un Cohíba sin temblarle el pulso:
-Me parece que estamos jodidos mi general.-
-Jodidos no, muertos Juan, muertos.-
La ráfaga de plomo que entro por los cristales sin misericordia, arraso el interior del Cadillac con la violencia desatada de un huracán. El cuerpo del general acribillado a balazos que salpicaron su uniforme blanco de agujeros negros y rosetones de sangre quedo recostado sobre el asiento con el puro humeante en la boca.
Juan el chofer, murio abrazado al volante y con los ojos desorbitados por la sorpresa.
Un atentado bien proyectado y mejor ejecutado en diez minutos estaba todo finiquitado.
Cuando sonó la primera ráfaga Doña Cinta estaba espiando detrás de la persiana como hacia siempre, y pudo ver horrorizada como las balas convertían la tarde en una carnicería, sin dudarlo, abrió las persianas y salió al balcón, su redondo cuerpo se desbordó en carnes por encima de la barandilla de hierro buscando despavorida el coche del general, presagiando la catastrofe.
Desde la cabina del camión alguien que la vio, le grito:
-¡Eh tú mujer quien coño eres!-
Doña Cinta irguió el cuerpo, levantó la cabeza, se secó las lágrimas con su pañuelo de encajes y respondió con un orgullo que le salió de alma.
-Yo era la querida del general, a mucha honra.
Fue todo lo que le dejaron decir porque la metralleta escupió plomo y su cabeza se abrió como una sandía.

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