EL DIA QUE MATARON A DURRUTI
Cuando el tren en que hemos salido de madrugada desde Guadalajara, nos ha dejado en el viejo anden de la estacion de Atocha, Madrid comenzaba a despertarse.
Hace mucho frio en esta sierra. El viento que baja a rafagas desde Navacerrada, entra como la punta helada de una bayoneta afilada por las estrechas calles del pueblo de Guadarrama.
Todo parece estar tranquilo. A estas horas, una espesa calma se posa sobre las trincheras, que serpentean como cicatrices sobre la rocosa costra de la tierra. Envuelto en el silencio se intuye un cansancio general en los dos frentes de batalla despues de la dura pelea de anteayer.
Nos han contado que mas arriba, en el puerto del Leon han habido muchas bajas por ambas partes. De un grupo de doscientos ferroviarios que se habian alistado deprisa y corriendo hace un mes, han matado a mas de la mitad y el resto estan heridos.
Se trata de jovenes inexpertos, fogosos, llenos de ardor, que suben con la misma ilusion a la sierra que los que planean un dia de excursion. Y aqui arriba, se encuentran, sin tiempo para digerirlo, con la crueldad de una guerra sin cuartel por batir al enemigo.
Que se lo cuenten si no a “Lecherin”, el boxeador de Fuenlabrada, que llego al mando de cien cenetistas, cantando a voz en grito la Internacional, y como saludo de bienvenida los falangistas de Giron, le han pegado un tiro en medio de la frente.
No dejo de preguntarme quien nos engañan mas, si nuestros jefes, o somos nosotros mismos los que no queremos ver la autentica realidad de la guerra.
Presiento que a nadie interesa abrirles bien los ojos para explicarles con claridad que una guerra no es un juego, que una guerra es la muerte emboscada en el destino. O mejor pensado, es, una bala grabada con tu nombre, que espera paciente en la recamara del fusil de tu enemigo.
A diario compruebo como algunos idealistas parecen no entenderlo. Les observo llegar euforicos, los gorrillos ladeados, los correajes sueltos con la camisa abierta para enseñar el pecho y una amplia sonrisa de ganadores, mientras lanzan al aire continuamente para enerdecerse consignas politicas y gritos guerreros. Despues, al dia siguiente, vuelvo a observarlos pasar en una procesion de guiñapos rotos. Sujetos como fardos sobre las toscas albardas de los mulos, camino del cementerio de Collado Villalba porque en el de Alpedrete ya no caben.
Deberia resignarme, pero no puedo, pudriendome en esta mierda de guerra que han parido a medias entre politicos y militares, para que nos matemos todos.
Aqui, en las trincheras, estamos conviviendo codo con codo soldados de infanteria , ferroviarios de los talleres de Principe Pio afiliados a la UGT, y anarquistas de la FAI. Tengo que reconocer que la actitud de los anarquistas, es una bocanada de aire fresco, entre tantas estrategia, orden y disciplina.
No llego a entender, ni falta que me hacen, sus consignas politicas, ni los mitines que a diario aprovechan para largarnos su ideologia sobre el movimiento libertario, ni me atrae su utopia visionaria por darle la vuelta del reves a este pais tal como se le da a una chaqueta vieja.
Pero les admiro por el convencimiento que desarrollan en todo lo que hacen, por su ferrea voluntad, y porque equivocados o no defienden a muerte sus ideales.
Presiento, que por debajo de aquellas nubes negras que llegan cargadas de tormenta, aletean mas muertes, porque la batalla por Madrid sera larga y costosa. Y yo no quiero morir. Soy demasiado joven y amo la vida por encima de banderas, ejercitos, ideologias y patrias, si su objetivo final es llevarte al matadero.
Me resisto a terminar como mi amigo Donato. Fuerte como un roble y alto como un cipres. Un muchacho alegre, jovial, que exprimia cada minuto del dia para sacarle el jugo a la vida. Estaba ilusionado por bajar conmigo el domingo a Madrid, con nuestro permiso bien ganado, a ver el Retiro, pasearnos por la Gran Via y la Puerta del Sol, para lucir nuestro uniforme caqui recien estrenado, y tratar de conocer a alguna chica para invitarla al cine Carretas.
Habia pensado en este dia emocionandose por encontrarse con su padre, guardia civil retirado y hombre de derechas que no comulga con este gobierno de la Republica, y al que le jodia un monton que su hijo primogenito se hubiese puesto del lado de los republicanos.
Donato, llego unos dias antes que yo, porque se ofrecio voluntario para contener en San Rafael la ofensiva que la falange de Castilla desencadeno, despues de desembarcar en la estacion del Espinar, de un tren de mercancias procedente de Medina del Campo, y de la estacion Norte de Valladolid.
Debieron ser dias muy duros tal como cuentan. Porque tan pronto nuestro ejercito hacia retroceder al enemigo hasta Otero de Herreros y Valdeprados, como teniamos que posicionar nuestras lineas entre El Espinar y San Rafael, obligados por el empuje de los falangistas. Segun me han contado los de la sexta compañia a quienes hemos relevado, en un solo dia llegaron a contar hasta quinientos muertos.
Por desgracia para los dos, Donato, jamas se veran cumplidos tus deseos viejo amigo. Recuerdo ahora nuestras correrias por el parque de San Francisco en las fiestas de Nuestra Señora de la Antigua el ocho de septiembre cortejando a las mozas y esquivando a las madres que nos espiaban desde el templete de la musica. Fueron buenos dias aquellos. Como cuando cojiamos en marcha para no pagar el pequeño tren que salia de Guadalajara y que nos llevaba a la feria de Sigüenza.
Cuando me contaron amigo Donato que trajeron tu cuerpo echado sobre las parigüelas que arrastraba una acemila de la artilleria de montaña, con un balazo que te entro por un ojo destrozandote el cerebro, llore de dolor y rabia. Y hoy, que veo desde la sierra los edificios de Madrid apagados y las calles en penumbra, me pregunto amigo si tu muerte prematura habra servido para algo.
Esta noche hace demasiado calor dentro de la trinchera. Los partes de guerra hablan de un frente estabilizado a lo largo de la linea defensiva que parte desde el puerto del Leon hasta Navacerrada. Estoy deseando que llegue la hora de bajar a Madrid. Me pregunto porque esta intranquilidad llega a oprimirme el pecho hasta axfisiarme. Tal vez pueda ser porque me asaltan negros presentimientos de que al enemigo se le ocurra desencadenar una ofensiva y se me joda el permiso. Y todo por la obsesion que tienen los generales franquistas por conquistar Madrid.
Algunos camaradas de la FAI, recien llegados esta mañana del cuartel de la Montaña, comentaban que la Legion extranjera esta atrincherada en la Casa de Campo y que los “moros”, se las tienen tiesas con los anarquistas en la Ciudad Universitaria, ya estan a tiro de piedra de la Gran Via.
Se me hace interminable esta espera que logra espesar las horas encallando las agujas del reloj del tiempo.
Desde la explanada que ocupa la casamata del estado mayor, me llega el zumbido de abejorro de los camiones aparcados al ralenti. Se pueden palpar los nervios en el pequeño caos que originan los soldados que se incorporan a la posicion, con los que tienen prisa por irse.
Siguiendo las ordenanzas, he depositado mi mosqueton en el armero. Es una despedida efimera pero agradable. Al fin me llega el sonido ronco de una voz potente retumbando de pared a pared de la trinchera, es la orden que llevo toda la tarde esperando.
-Cabos y soldados del regimiento Guadalajara, con pases de permiso hasta el domingo que vayan formando a la altura de los camiones.
En cuestion de segundos han comenzado unas carreras de locura. Tengo que soportar estoicamente codazos, empujones y algun que otro “joder que yo estaba primero”, porque todos queremos ocupar el mejor sitio en la caja del camion. Es evidente que nadie quiere bajar de la sierra andando. En un cerrar de ojos, los camiones se han llenado de uniformes caquis y algunos pocos de color negros que son el tono de los monos que utilizan los ferroviarios.
Cuando el camion en el que viajo baja zigzagueando, con las luces apagadas, a velocidad de diligencia, noto el airecillo fresco de la sierra acariciarme la cara. La oscuridad que se ha cerrado nada mas caer la tarde, solo me deja observar la sombra de los taludes que bordean las ruedas. Una camaraderia forjada en las tricheras da rienda suelta a muchos comentarios, sobre proyectos conjuntos y la posibilidad de encuentros familiares. Se alza la voz para ser oido. De pronto desde la cabina del conductor asoma la cabeza grande tallada en piedra berroqueña del sargento Felipe.
-Callaros de una puta vez. No quiero oir de aqui en adelante ni el vuelo de una mosca. Joder, que con el cachondeo que estais montando vais a despertar a todos los fascistas desde San Rafael a Villacastin. Aviso, una charla mas alta que otra y os dejo en la cuneta mas tirados que una colilla.-
Felipe, es el sargento de la guardia civil que tiene a su cargo la seguridad de los traslados de la tropa. Curiosamente siempre lleva un palillo en la comisura de la boca. Habla, da ordenes y rie, sin moverlo de su sitio, parece que lo tuviera clavado en la campanilla. Jamas le he visto sin el mondadientes. No soy capaz de imaginarmelo dormido.
Se ha hecho el silencio en una noche estrellada que unicamente rompen los grillos con su canto metalico, totalmente indiferentes a la guerra que les rodea.
Me distraigo en observar la silueta de Madrid iluminada por hileras de farolas mortecinas que me recuerdan las procesiones de luciernagas por la luna nueva de agosto.
-Aviva la marcha Felipe, que al paso que anda este trasto se nos acaba el permiso antes de llegar a Madrid.
La broma mosquea al conductor que pega un aceleron al motor que da un brinco hacia adelante y lanza un ruido ronco y sostenido capaz de despertar al mismisimo general Saliquet que segun dicen duerme en su cuartel general de Segovia.
A las puertas de Madrid, bajamos la cuesta de las Perdices y atravesamos Puerta de Hierro para desembocar en Argüelles, donde sorprendentemente encontramos una gran animacion estimulada por cientos de noctambulos que huyen del axfisiante calor que se aprieta en sus casas, para montar la fiesta en la calle. Quiero suponer que esta evasion no es mas que una formula sutil que utilizan los madrileños para olvidarse por unas horas de la guerra que les envuelve.
De uno en uno los camiones que han transportado a la tropa aparcan en la amplia explanada que hay dentro del cuartel del Conde Duque. Aqui segun reza en la orden del permiso descansaremos durante los dias que se prolongue la autorizacion.
Pese a lo intempestivo de la hora la calle de entrada al cuartel esta repleta de familiares. Desde lo alto del camion he observado como jovenes novias saltaban de jubilo, mientras algunas madres mas comedidas se secaban las lagrimas con el pañuelo, entiendo que motivadas por la gran alegria de verlos vivos de momento. No es para menos dada la incertidumbre que genera el desconocimiento de lo que ocurre en el frente, del que llegan escasas e intermitentes las noticias matizadas por la censura, amparandose en la escusa de no querer causar alarmas innecesarias. Puras mentiras que se inventan los del estado mayor.
El permiso es corto, asi que esta noche toca dormir a pierna suelta sin el miedo a que un obus te mate al caerte encima del refugio de la trinchera.
Nos ha despertado el toque de diana que es la musica que a diario me hace sentirme vivo.
Ha sido una sensacion extraña volver del frente y pisar los adoquines recalentados de la plaza del Callao. Ahora leo la cartelera del cine Avenida, y oigo ya a los voceadores de los periodicos anunciar la prensa diaria recien salida con la tinta fresca de las linotipias. Observo con la misma curiosidad que un recien nacido, como la Gran Via se va llenando lentamente de funcionarios con prisas por llegar a sus ministerios, de un columna de botijeros que arrean a sus burros cargados de cacharros de barro que van camino del Rastro, de grandes coches asmaticos a los que para respirar les han soldado al estribo la bombona de gasogeno. Son cien olores distintos que me llegan arrastrados por la brisa. De pronto huelo el aceite refrito de los puestos de churros y buñuelos, como aspiro el potente olor del zotal con el que baldean las escaleras del Metro. Debe ser todavia una hora temprana para que se despierte el barrio al rebufo de los ruidos cotidianos, aunque los chirridos metalicos de las rueda de los tranvias que suben en fila india desde la plaza de España trepanan los sentidos. Cuento cerca de veinte tranvias salidos de la Ciudad Universitaria que transportan adormilados a los primeros relevados de la FAI, que estan aguantando en el hospital clinico como jabatos los ataque de los Regulares “moros”.
Son tantas las novedades que me asaltan que tengo la impresion de haberme despertado de un sueño irreal incorporado a una pesadilla donde el mundo gira como una noria desequilibrada alrededor de un embolo sin fin al que hace rotar una guerra fatricida.
Una guerra que llena de piojos y chinches las trincheras, que te mete el panico en el cuerpo cuando contemplas los nidos de ametralladoras a dos palmos de tu cara escupiendo plomo por su boca, o como las minas enterradas abren en canal los vientre de los desgaciados cuando explotan. Recuerdo bien el rostro desencajado de mi comandante cuando va en vanguardia o el miedo incontrolado de los reclutas al escuchar los primeros tiros que les atornilla los pies al suelo y hace que les asalten la dudas entre avanzar o “chaquetear”. Por tener, la guerra tiene la singularidad de sus propios olores. Todas las trincheras apestan a sudor rancio y a orin seco. Y en cuanto da comienzo la batalla se extiende un fuerte olor aspero a polvora y a sangre agriada que te revienta el olfato. Esta provocado por el puto miedo que te revuelve como un remolino la adrenalina y comienzas a sudar como un cerdo, cuando observas las bayonetas caladas en los cañones de los mosquetones cortando un viento que sopla de frente en este mes de julio como ascuas encendidas.
Sin darme cuenta me he dejado arrastrar por el torbellino de mis pesadillas.
Cuando de pronto me he visto rodeado por un alboroto generado por cientos de milicianos, que lanzan al aire sus gorrillos de fieltro, rojo y negro mientras gritan, cantan y tocan las palmas, he regresado de mis abismos.
En cuestion de minutos la plaza de Callao se ha convertido en una replica de una gigantesca caseta a cielo abierto de la feria de Malaga.
Observo que hay mas mujeres que hombres bailando por malagueñas y sevillanas. Me sorprende su habilidad para mover las manos y como dibujan con los dedos figuras invisibles en el aire, a la vez que acarician al viento con el ritmo candencioso de sus cuerpos.
Son en su mayoria cenetistas y anarquistas de la FAI reclutados en la provincia de Malaga.
No hace mas de una hora que han llegado a la estacion de Atocha, despues de estar toda la noche viajando en un tren de pasajeros que ha ido parando en todas las estaciones de los pueblos. Mientras en Bobadilla se les ha unido un tren que subia desde Ronda.
Ha sido verla mover los brazos y mirarme de frente con sus ojazos negros mientras taconea el suelo de la plaza con sus botos camperos y quedarme paralizado. Es bonita como un regalo de reyes. Tiene un pelo negro ensortijado que le resbala por los hombros como los quejios roncos de un cante por martinetes. Quiero intuir, mas que distinguir desde el lugar en que me encuentro, dos pechos redondos que se aprientan bajo el peto del mono miliciano. Me fijo en la gracia de su pañuelo rojo anudado al cuello que le da un toque femenino al severo uniforme masculino. Lentamente me voy acercando. Me cohibe la inseguridad y la falta de costumbre. Observo como la mirada de sus ojos se clavan firmes en mis ojos. Y como su boca me envia una sonrisa de invitacion que sobrevuela el oleaje de ruidos y murmullos portando un escueto mensaje: “ soldado me gustas”.
El corto espacio que separa la puerta del cine Coliseum de la entrada de la calle Preciados representa un incomodo concurso de obstaculos. Atravesar los metros que nos separan se me estan haciendo tan eternos como una guardia en la avanzadilla del parapeto.
De nuevo revolotea su descarada mirada en un gesto picaro que me engancha, a la vez que se eleva de puntillas para llamar mi atencion agitando su mano derecha. No se que coño me pasa, pero jamas anteriormente habia sentido una emocion tan aguda oprimiendome el pecho. La tengo al alcance de mi mano pero la barrera infranqueable de milicianos que cierran el circulo de la imprevista pista de baile me impide tocarle las yemas de los dedos que se esfuerzan en encontrarse con los mios.
Cuando al fin he podido llegar a su lado y observar de cerca su menudo cuerpo, su moreno rostro agitanado y sus ojos de fuego, no he podido resistirme, la he tomado por el brazo y le he preguntado : “¿como te llamas?”.
En medio de un ruido ensordecedor me responde escondida en su risa fresca de porcelana :” me llamo Elena y soy malagueña”.
Jamas antes habia tenido en mi vida la oportunidad de contemplar una belleza semejante. Ni una mujer tan guapa de la que noto que acabo de enamorarme.
A la vez que rozo timidamente su mano, me empiezan a bullir en el cerebro cientos de planes para llevar a cabo durante mi permiso. Lo primero que hare sera pedirle que sea mi madrina de guerra para poder tener una relacion regular con ella. Despues eligiremos mutuamente el como y el cuando de los planes para disfrutar estos dias.
Ha sido en una decima de segundo. En el infimo espacio que transcurre entre el chasquido de un disparo y la bala al herir la carne. Entre vivir y caer muerto de un balazo certero.
De pronto un rumor que sube como una traca valenciana desde la plaza de España, estalla como un obus sobre nuestas cabezas, al grito de:
- Han matado a Durruti. Acaban de matar a Durruti en la Ciudad Universitaria.-
Cuando he querido reaccionar, Elena ya ha desaparecido de mi vista.
Y continua el griterio: Unos hijos de puta han matado a Buenaventura, todos a la Universitaria.
Me ha sido imposible contener la histeria colectiva que se ha desatado.
Un unico lamento lacera mis oidos:
-¡Durruti, Durruti!.-
La plaza del Callao, se ha despoblado de milicianos en cuestion de segundos. Comienzo a darme cuenta que el lider anarquista ha sido abatido en el mismo instante en que comenzaba a cambiar mi vida. Lo han matado en la misma fraccion de tiempo en que yo comenzaba a tocar el cielo.
-¡A los camiones! Todos los camaradas de la FAI a los camiones. Tenemos que ir a la Universitaria.-
Desordenadamente se han ido subiendo a los camiones que esperaban al ralenti y han iniciado la marcha Gran Via abajo. Ante tanta soledad, me asalta la percepcion de ser el unico superviviente terrestre de un cataclismo. Y de pronto la he visto subida en el techo de la cabina del ultimo camion de la columna, agitando en sus manos una bandera de la CNT , y su puño izquierdo cerrado, elevado hacia el frente, muy en su papel de mujer libertaria. En el momento en que el camion arranca descubre mi presencia solitaria en el borde de la acera, entonces levanta su mano derecha y me lanza un fuerte beso que se pierde fugaz en medio de la distancia. Increiblemente compruebo como acaba de evaporarse en el espacio de un segundo la efimera figura de la mujer morena que me ha trastornado, arrastrada por el torbellino contaminado de esta guerra de la que unicamente podre disfrutar de su nombre.
Acabo de llegar a mi destacamento, y todo lo ocurrido en Madrid me parece un mal sueño, una rara pesadilla, porque aqui en las trincheras la vida sigue igual. Los mismo olores, los mismo piojos, el mismo miedo y la misma puta guerra.
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